Ahora la corteza de un tronco de abedul, uno de los árboles de los que se extraen las láminas de contrachapado, se pela con una cortadora en menos de diez segundos. Cada capa se calibra a un grosor de 17,2 milímetros, se repasa en busca de imperfecciones, se nivela y se verifica su nivel de humedad y densidad. Después se encolan aplicando presión y calor, a unos 140 grados, un proceso que dota al tablero de la robustez y la estructura de una pieza de madera maciza.
En CUBRO, revestimos el contrachapado con una lámina de laminado o linóleo que multiplica sus posibilidades creativas. Para terminar, aplicamos a nuestros cantos aceites naturales para protegerlos y garantizar una longevidad digna del antiguo Egipto.
El resultado es un material sólido, polivalente y resistente. Cualidades que convierten al contrachapado en una elección muy interesante a la hora de diseñar una cocina funcional, acorde con los tiempos y de altas prestaciones.