Desde lo alto del centro de Madrid, este pequeño ático de 60 metros cuadrados se abre a una terraza compartida que transforma por completo la experiencia de vivir en la ciudad. Las puertas abiertas, las conversaciones con las vecinas y la luz entrando a todas horas lo convierten en algo más parecido a un pueblo suspendido que a una vivienda urbana tradicional.

El reto era evidente: gran parte de la superficie se encontraba bajo cubierta inclinada, lo que condicionaba cada decisión. No todo podía ir en cualquier sitio. Por eso, las zonas más cómodas —la cocina y el baño— pasaron a ocupar el centro del espacio. En lugar de esquivarlas, se convirtieron en el punto de partida. A su alrededor, se organizó el resto de la casa con una lógica clara: abrir, conectar y permitir que todo fluyera con naturalidad.

Se mantuvieron las vigas de madera originales, no solo por una cuestión práctica —ganar altura—, sino porque su presencia resultaba suficiente por sí sola. También se eliminó la compartimentación previa, para que las distintas áreas pudieran convivir sin necesidad de puertas ni límites marcados. La casa está pensada para una pareja, pero con margen para recibir visitas, compartir una comida o salir a la terraza sin interrumpir el ritmo del día a día.

La cocina, resuelta en LACA Humo y LAMINADO Graphite, es mucho más que un lugar para cocinar. Es un mueble más, integrado en el conjunto, funcional y sereno. La isla fue, durante semanas, tema de debate entre amigos y familiares. Supuso renunciar a una mesa grande, pero terminó siendo la mejor decisión: hoy se usa para todo, y se ha convertido en el verdadero punto de encuentro.

El armario, también en LACA Humo, y el mueble de baño en LACA Celeste, siguen la misma lógica de continuidad y sobriedad. Acabados que dialogan con los materiales del resto de la casa y refuerzan esa sensación de unidad que recorre todo el espacio.