Contrachapado de abedul, un único del diseño que ha pervivido 5.000 años

Elaborado con un número impar de láminas de madera encoladas entre sí, el contrachapado se usa desde tiempos inmemoriales gracias a su estabilidad y resistencia. Los tableros de este material aguantan el paso del tiempo sin alterar sus propiedades estructurales y por ello resultan idóneos en la fabricación de mobiliario.

El contrachapado es un viajero del tiempo. Hace más de 5.000 años, los antiguos egipcios lo usaban para la fabricación de muebles y herramientas, reliquias que aún perviven y se exponen en museos de todo el mundo. Con contrachapado también se forjaban los escudos de los legionarios romanos, sus scotum, otro indicio de la resistencia que se le intuía. Si avanzamos hasta el siglo XX nos topamos con Mossie, la maravilla de madera, un famoso bombardero británico revestido de contrachapado, un material que alcanzó su máxima expresión artística ya casi en nuestros días con las fantasiosas sillas de los norteamericanos Ray and Charles Eames.

En la actualidad, el uso del contrachapado, un tablero compuesto por un número impar de láminas de madera pegadas entre sí, se ha extendido a múltiples industrias y campos. Con él se fabrican objetos tan inesperados como palas de turbinas eólicas o estructuras internas de automóviles, pero también instrumentos de música, vallados, mobiliario doméstico y esculturas. No tiene nada que envidiar a la madera maciza: su producción, refinada y tecnológica, maximiza el uso de la madera y reduce al mínimo el desperdicio, lo que repercute en un precio menor.

Sus grandes virtudes son la estabilidad, la flexibilidad y la resistencia. El contrachapado aguanta el paso del tiempo sin perder sus propiedades estructurales y mantiene intacta la forma que se le haya dado en la fabricación. Sobrevive a humedades, arañazos y altas temperaturas, unas características idóneas para la construcción de muebles de calidad y duraderos.

A primera vista puede parecer un material simple, pero para producirlo se emplean máquinas avanzadas que arrojan datos sorprendentes. Las cosas han cambiado mucho desde que Immanuel Nobel, uno de los antecesores del creador del premio sueco, inventase un torno para filetear la madera.

Ahora la corteza de un tronco de abedul, uno de los árboles de los que se extraen las láminas de contrachapado, se pela con una cortadora en menos de diez segundos. Cada capa se calibra a un grosor de 17,2 milímetros, se repasa en busca de imperfecciones, se nivela y se verifica su nivel de humedad y densidad. Después se encolan aplicando presión y calor, a unos 140 grados, un proceso que dota al tablero de la robustez y la estructura de una pieza de madera maciza.

En CUBRO, revestimos el contrachapado con una lámina de laminado o linóleo que multiplica sus posibilidades creativas. Para terminar, aplicamos a nuestros cantos aceites naturales para protegerlos y garantizar una longevidad digna del antiguo Egipto.

El resultado es un material sólido, polivalente y resistente. Cualidades que convierten al contrachapado en una elección muy interesante a la hora de diseñar una cocina funcional, acorde con los tiempos y de altas prestaciones.